“Doctor, aquí estamos todos pegados al sartén”. Esa es la expresión popular que se usa actualmente para describir la gran pelazón que nos corretea a todos. Y no se trata de un caliche político. La cosa es seria. Hemos recorrido en pocos meses la gran mayoría de las parroquias del Municipio Libertador y es notable la abismal diferencia entre la muy reciente extinguida bonanza petrolera y la realidad actual.
Uno quisiera estar equivocado en los salones de clases cuando les demostramos estadísticamente que el modelo económico socialista nunca ha sido exitoso. Y como nos recuerda un amigo mexicano, Rodrigo Iván Cortez: “en el socialismo todos estamos iguales, iguales de jodidos”.
No se equivoca Cortez, pues en los últimos dos años de profundización del socialismo, empresas grandes y pequeñas, buhoneros y ejecutivos, todos por igual, han caído en desgracia, con excepción de los panas aliados al partido de gobierno. Quienes, aún siendo panas, no están exentos de que les pasen una aplanadora y los extingan en cualquier momento.
La populosa parroquia Santa Rosalía es quizás una de las más emblemática para ilustrar esta situación. Y es que hoy las grandes empresas son tan perseguidas como los comerciantes informales cuando lanzan tímidamente un mantelito a la calle para ofrecer su mercancía. No es que nosotros como ciudadanos estemos satisfechos con los comerciantes informales en las aceras, pero tampoco podemos apoyar las injusticias.
El mensaje que queremos transmitir son las terribles consecuencias que todos los venezolanos están sufriendo en el bolsillo como resultado de un modelo económico de Estado que atropella todo lo que sea sector privado sin excepción.
Cuando la Alcaldía de Caracas en manos de Antonio Ledezma redujo dramáticamente el comercio informal en las calles, los buhoneros salían tímidamente con su mantel y su poca mercancía, a sabiendas de que serían correteados por la policía. Una vez que se les dio permiso para estar en las calles, cada uno comenzó (ilegalmente) a invertir en la construcción de tarantínes, aumentaron su inventario de mercancía, e incluso contrataron mano de obra. Este tipo de inversión no es la más deseable para la sociedad, pero inversión al fin demostró que cuando hay reglas de juego claras, los emprendedores son capaces de arriesgar y apostar por el futuro.
De esa misma manera se comportan hoy las grandes empresas. Ante el temor de perderlo todo, lanzan su “mantelito a la calle” con la única finalidad de sobrevivir, en ningún caso arriesgar. Razón por la cual se destruye toda posibilidad de generar empleos presentes y futuros.
La necesidad de reglas de juego claras es imperiosa si nuestro país quiere salir del azote de una crisis económica de más de tres décadas. Hasta los muchachos más humildes se ponen de acuerdo en las caimaneras, dónde es jonrón, dónde es faul y llevan su juego en paz para divertirse. Si algún malcriado cambia las reglas porque no le favorecen, entonces se acaba el juego y la diversión.
Nuestro llamado entonces, es a que todos los venezolanos seamos conscientes de la importancia de una Asamblea Nacional con equilibrio, donde los equipos puedan ponerse de acuerdo.
El país sabe que con peleas no hay juego, nadie se divierte, la economía no crece. También sabe reconoce con sabia claridad la necesidad de la propiedad y la inversión privada para lograr el bienestar. La mayoría clama por diálogo. La mayoría clama porque pasemos la página y miremos al futuro trabajando todos juntos. Aquél que no se preste al diálogo, le estará dando la espalda al país.
Podemos estar pegados al sartén, pero no nos pegarán a la pared. Juntos vamos a hacerlo mejor.
viernes, 23 de abril de 2010
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